
La muerte es un evento enigmático. La ciencia tiene su versión de lo que implica el morir y la muerte, y las diversas religiones y corrientes filosóficas le atribuyen elementos descriptivos distintos.
Pero más allá de la opinión colectiva, cada humano concibe la muerte de manera única según su edad y sus creencias; según sus experiencias en torno a ella, según la forma en que quiere “asegurarse” que no la pasará “tan mal” cuando la muerte ocurra en su propia vida.
¿Qué se siente al morir?
¿El ser vivo se convierte en “nada” con la muerte?
¿Qué se percibe en el otro plano o dimensión?
¿Existe realmente el cielo y el infierno?
¿Quién muere solo descansa antes de reencarnar?
…
Preguntas que a veces no tienen respuesta, o se contestan de manera racional, pretendiendo explicar algo que a la mente humana le es difícil concebir como parte de la realidad, en su totalidad, con su profundidad; porque es algo complejo como concepto, y como hecho.
La muerte es uno de los eventos más temidos;
del cual derivan casi todos, si no es que todos,
los demás miedos que se manifiestan durante la vida.
Se le teme por la incertidumbre que genera la existencia de lo que hay en la “nada”, o en el “más allá”, o porque no se quiere terminar con lo que ya se conoce, que es la vida; la propia vida.
Y es que la muerte, con todas sus letras, implica perder la vida. La muerte es hasta que la vida ya no es. No se puede estar muerto y vivo a la vez.
Ya lo expresó Epicuro en su Carta a Meneceo:
«La muerte, no es nada para nosotros,
ya que mientras nosotros somos,
la muerte no está presente,
y cuando la muerte está presente,
entonces nosotros no somos.»
Algunos consideran más conveniente vivir creyendo en el espejismo de la inmortalidad.
A otros les es más sencillo evadir el tema de la muerte como un hecho y, más aún, reprimen consciente o inconscientemente, pensar o hablar del ocaso de su propia vida física.
En algunos países, como en México por ejemplo, hay una tendencia general a ridiculizar la muerte, en un intento de negar su existencia o de relativizar el temor que provoca.
Lo cierto, para mí, es que la muerte física existe como algo natural en todo lo que tiene vida.
La vida y la muerte forman un continuo en la existencia Eterna.
La muerte es una con la vida.
La vida es una con la muerte.
Si quiero vivir en paz es preciso que acepte la existencia de la muerte, y su inminente arribo en cualquier momento, y no a una determinada edad; que le ocurre a cualquier ser, y no solamente a los de allá, a los que no forman parte de mi círculo, y que por ello no me dolerán.
Lo quiera o no asimilar soy un ser mortal.
Y cada vez que alguien muere, me lo recuerda, y me confirma que a mí también me llegará ese momento del fin de este ciclo material; quizá mañana, quizá no, pero cierto es que será en algún día.
El hecho de que soy un ser mortal es más patente cuando ese alguien que muere tiene mi sangre; o cuando no la tiene, pero por afecto lo considero mi allegado. Y también cuando mueren seres no tan cercanos pero con cuyas particularidades me identifico, porque en algún modo son similares a las mías; incluso a veces tan solo por el hecho de ser humanos.
Mi muerte, y la muerte de quienes amo, está presente y ronda en mi vida cada segundo, de cada día, de toda mi transitar en este Planeta.
Todos los que vivimos somos seres mortales.
Cuando acepto que soy mortal, de manera consciente, de forma genuina y profunda, entonces dejo de temer a la muerte y, por consecuencia, dejo de tener miedo a la vida, y puedo ser más feliz.
Cuando acepto que soy mortal avanzo en la conciencia de mi impermanencia, disfrutando así al máximo cada instante de mi vida, del morir y de mi muerte.
¬Patricia Anaya
Photo by Daniil Silantev
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