
Antoine Saint-Exupéry fue un piloto de combate que luchó contra los nazis y murió en acción. Antes de la Segunda Guerra Mundial combatió en la Guerra Civil Española contra los fascistas. Escribió «La Sonrisa», una historia fascinante basada en esa experiencia que vivió aunque no se sabe si es autobiográfica o ficción.
Cuenta que fue capturado por el enemigo y arrojado a una celda. Por las miradas despectivas y el trato duro que recibía de sus carceleros, estaba seguro de que sería ejecutado al día siguiente.
A partir de aquí, contaré la historia tal como la recuerdo, aunque con mis palabras.
Estaba seguro de que me matarían. Me puse terriblemente nervioso e inquieto. Revolví mis bolsillos para ver si algún cigarrillo había escapado al registro. Encontré uno y me temblaban tanto las manos que apenas pude llevármelo a los labios. Pero no tenía fósforos, se los habían quedado.
Miré a mi carcelero a través de los barrotes. No hizo contacto visual conmigo. Después de todo, nadie hace contacto visual con una cosa, con un cadáver.
Le grite: ¿Tiene fuego, por favor?
Me miró, se encogió de hombros y se acercó para encenderme el cigarrillo.
Al acercarse y encender el fósforo, sus ojos accidentalmente se cruzaron con los míos. En ese momento, sonreí. No sé porque lo hice. Tal vez fue por nerviosismo, tal vez fue porque cuando dos personas se acercan mucho, cuesta no sonreír. Sea como fuere, sonreí.
En ese instante, fue como si una chispa hubiera saltado la brecha entre nuestros dos corazones, nuestras dos almas humanas. Sé que él no quería sonreír, pero mi sonrisa atravesó los barrotes de la celda y generó otra sonrisa en sus labios. Me encendió el cigarrillo, pero se quedó cerca, mirándome fijamente a los ojos y sin dejar de sonreír.
Seguí sonriéndole, consciente de él, ahora como persona y no sólo como carcelero.
Y su mirada pareció adquirir una nueva dimensión.
—¿Tienes hijos?— me preguntó
Sí, aquí los tengo conmigo.
Saque mi billetera y busque tembloroso las fotos de mi familia. El también sacó las fotos de sus niños y empezó a hablar sobre sus planes y esperanzas con respecto a ellos. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Dije que temía no volver a ver a mi familia, me sentía triste por no tener la oportunidad de verlos crecer. A él también se le llenaron los ojos de lágrimas.
De pronto, sin decir una palabra abrió la celda y en silencio me llevó afuera. Salimos de la prisión y muy lentamente salimos de la ciudad. Allí, en las afueras me liberó. Y sin decir una palabra regresó a la prisión.
Una sonrisa me salvó la vida.
¬Antoine de Saint-Exupéry
Photo by Thom Holmes /Unsplash
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