EL PROCESO DE MORIR Segunda parte | Clara Codd

En la primera parte de este tema (ver AQUÍ) Clara Codd se refiere de manera general al proceso de morir, desde su perspectiva teosófica.

En esta segunda parte, vamos a describir el proceso de la muerte y empezaremos diciendo que ningún ser pasa al otro lado a menos que le llegue su hora, excepto si se priva de la vida o muere indebidamente en una forma accidental, o en la guerra.

Todos tenemos una cierta cantidad de Energía de Vida acumulada, semejante al saldo en una cuenta bancaria; unos tienen más, otros menos; pero cuando ésta comienza a ahogarse, el final se aproxima.

Con frecuencia, en el caso de personas de edad muy avanzada, el Alma se va tornando hacia dentro, como si dijéramos, y las células cerebrales que ya no se ejercitan y están menos controladas, repiten en forma automática viejos recuerdos y pasados sucesos que experimentaron. Este cambio o retorno hacia dentro del ser es percibido por quienes nos vigilan del otro lado de la vida terrestre y el alma que regresa es esperada para ser bien recibida. Una anciana me dijo en cierta ocasión que ella no deseaba morir porque no quería ir a encontrarse entre extraños. A lo que le pregunté: “Vino usted acaso entre personas desconocidas cuando volvió a esta vida? ¿No se le esperaba? ¿No fue bienvenida?”

En el trascurso de la existencia física nuestra conciencia se vuelve hacia el exterior para hacer contacto con las experiencias de la vida, pero cuando llega para nosotros el momento de morir, la conciencia comenzará a retroceder, a retrotraerse y a elevarse.

De manera pues que la persona que está agonizando dirá algunas veces que el cuarto está retrocediendo o que la luz se está apagando. En otros casos, cuando la persona se aproxima al gran umbral, el velo entre ambos mundos se hará más tenue y el agonizante se torna consciente de las formas y sonidos del otro mundo.

Un soldado irlandés moribundo preguntó a una enfermera quienes eran las hermosas doncellas que le rodeaban. Y en verdad, debieron parecerle bellas pues pertenecían a ese mundo radiante y esplendoroso de los “siempre jóvenes”, que en lengua irlandesa se llama el Tir-na og.

Ese mismo fenómeno ocurrió con mi propio padre, aunque en aquel entonces no sabía yo lo que significaba. Uno o dos días antes de su muerte me repetía que veía luces y luego me dijo: “Quiénes son todas estas personas, Clara? No me las has presentado.”

Durante mi permanencia en Australia, años atrás, trasmitía yo por radio pláticas sobre estos temas, y con frecuencia recibía cartas de mis oyentes de varias partes, incluso de Nueva Zelanda. Un médico de ese lugar precisamente me escribió para relatarme el caso de una anciana pareja, en un desolado paradero, una granja tal vez, a la cuál acudió una noche que le llamaron. Encontró al anciano muerto cuando llegó, y tenía los brazos extendidos.

Al preguntarle a la esposa por qué había quedado así, ésta contestó:

“— Ay, señor, tuvimos una hija que murió cuando contaba diecisiete años,

y poco antes de morir mi esposo extendió los brazos exclamando:

Espérame Mary, ya voy. —»

Cuando llega el momento de despojarnos de la vestidura física, sucede algo verdaderamente maravilloso. La conciencia, que se va retrotrayendo, pasa a través de la parte más sutil del cerebro donde se encuentra registrado todo lo que ha acontecido en esa humana existencia. Parece retroceder desde el momento actual hasta el de la niñez. Nada se olvida. Todo parece surgir en su debido orden y secuencia; a semejanza de una cinta cinematográfica, se va desarrollando hacia atrás la historia de nuestras experiencias en la vida.

Un Maestro de Sabiduría dice que el alma se identifica por un momento con su Espíritu Inmortal y Divino desde allí; y con este punto de vista contempla la vida que acaba de transcurrir en forma completa; las lecciones que aprendió el alma, dónde tuvo éxito, dónde fracasó, y juzga imparcialmente la vida que ha abandonado. Así pues, este momento es solemne y no debería ser perturbado jamás. Este proceso continúa en la conciencia después que el cuerpo ha exhalado el último suspiro. Por lo tanto, el Maestro nos recomienda caminar con suavidad y observar amorosamente al moribundo que se encuentra tendido en el lecho.

Una escritura tibetana nos recomienda permanecer quietos y murmurar palabras tiernas y cariñosas para el que fallece, pues aun cuando sus oídos no oigan, su Alma escuchará. Es como si al abandonar la arena de la vida, el Alma contemplara a ojo de pájaro la historia completa de su pasada existencia sobre la Tierra. En algunas ocasiones las personas que han estado a punto de morir ahogados relatan haber pasado por una experiencia similar.

Por vez primera en la vida, la parte etérica del cuerpo físico se separa totalmente de su contraparte más densa. Puede vérsele y aún fotografiársele suspendida y planeando sobre la envoltura física por algún tiempo. Muy pronto, sin embargo, el Alma o yo psíquico se separará también de ese cuerpo etérico y la conciencia caerá en un sueño durante el cual el cuerpo psíquico se adaptará a una existencia independiente del otro lado.

La materia del cuerpo psíquico se ordena en capas concéntricas quedando la materia más densa en la superficie y así limitando la conciencia a ese estrato particular del mundo psíquico. Y digo “limpiando la conciencia” porque en el mundo del Alma, la percepción sensorial ya no funciona más a través de los órganos de los cinco sentidos, aun cuando su contraparte psíquica se encuentre allí. LA sensibilidad a los estímulos la proporciona el cuerpo psíquico en su totalidad y en forma simultánea.

Pero casi siempre al despertar, el Alma sabe que hay algún ser que se encuentra cerca de él; generalmente es alguien que conoce, que ha amado y que le ha precedido en esa nueva vida. Ha pasado ahora el ser a la vida, interna del Alma, la cual le era “subjetiva” mientras vivía en la Tierra; y ahora se torna en cada vez más “objetiva”. De aquí, es fácil comprender que el hombre crea por sus propios poderes subjetivos de pensamiento, deseo e imaginación, las condiciones, o sea, el conjunto total de su vida post mortem.

Conducido así por el hilo de oro que le vincula a su Dios Interno, a su “Padre que está en los Cielos”, poco a poco, regresa así a su morada celeste, “trayendo con él las mieses de su cosecha”, el resumen de los mejores y más trascendentales que el ego espiritual es capaz de asimilar y que se revelarán después en lo que un Adepto llama “una concatenación” de eventos felices que constituirán el descanso del Alma y la compensación por todas las pruebas y penalidades que ha pasado en la Tierra.

Con mucha razón describieron a la muerte los antiguos romanos como “la Puerta de la Vida”. Al traspasar ese portal, no vamos de la vida a la muerte, sino a una vida más grandiosa, siempre en aumento, más dichosa, libre de las pruebas, las enfermedades y las limitaciones de la vida física.

Bien descrito se encuentra esto en la novela Dumaurier titulada Peter Ibettson. En ella, la heroína regresa después de morir, a su amante prisionero de por vida y le dice que lo espera en un mundo donde lo peor de nosotros se sepulta gradualmente bajo la superficie, emergiendo lo mejor y más excelso en nosotros.

No temáis la muerte. Si os es posible, no os apesadumbréis por ella. Todos los procesos naturales son bellos y un don de la Divinidad, acompañándolos en los planos internos, bellas fuerzas angelicales llamadas “dévicas”, los Ángeles de nacimiento y de la desencarnación.

Me gustan mucho las palabras del ritual católico que dice: “En Tus Manos encomiendo mi Espíritu”. Requiescat in pace, “descanse en paz”.

Cuando conocemos y nos damos cuenta de la realidad de estas cosas, no podemos menos de repetir las palabras de triunfo que expresara el discípulo Pablo cuando dijo: “Oh muerte ¿dónde está tu aguijón? Oh tumba ¿dónde está tu victoria?”

En la mayoría de las personas, el proceso de la muerte no es doloroso. Es como una caída sin pena dentro de unos inmensos brazos de descanso y sueño profundo, “los brazos imperecederos” que aguardan bajo los mundos. Si se me preguntara qué significa “el estertor de la muerte”, solo puedo responder que es la acción refleja de los músculos físicos que dejan de funcionar. La conciencia, en la mayoría de los casos y, en general, no se da cuenta de ello.

El último pensamiento que se tiene cuando se fallece, proveerá la dirección que el Alma toma inmediatamente después de exhalar el último suspiro. Así, si el hombre muere pensando en su familia que se encuentra distante, se aparecerá allí casi al momento, y si se hace visible se dirá que hubo una “aparición”. Por lo general, tal aparición parece inconsciente, pues la conciencia está aún dormida.

Recuerdo que, durante la guerra, una madre me contaba que su pequeña hija insistía en que su papacito se encontraba abajo en el comedor cuando la madre sabía muy bien que se encontraba en el frente. Poco después, un telegrama proveniente del Departamento de Guerra la informaba de su muerte.

En otra ocasión, otra madre me contó también cómo un domingo en la Iglesia vio como su hijo se aproximaba repentinamente, tambaleándose, hacia ella. En ese preciso momento, según informó el telegrama de la Oficina de Guerra, su hijo había muerto en “acción”.

En el último caso de guerra que voy a relatar, debo decirles cómo el joven general Congreve envió un mensaje a su madre en el momento de morir, suplicándole atendiese sus funerales vestida de blanco, y le pedía además que las campanas de la aldea tocaran un repique nupcial. Sentía él que iba a convertirse en un “huésped del Cielo”, como lo expresan en forma tan clara y bella, los chinos.

¬Clara Codd

Libro: La Eterna Sabiduría de la Vida

Photo by Thomas B /Pixabay

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