Poema: NOCTURNO DIFUNTO | Elías Nandino

A la memoria de mi padre

En vida nunca pude llevarme con mi padre.

Cuando este murió, la muerte, milagrosamente,

le dio vida dentro de mi corazón.

Desde que despojado de tu cuerpo

te escondiste en el aire,

yo siento mi existencia más honda en el misterio,

como si mis manos, alargadas por las tuyas

inmensas en el cielo,

en levantado avance

ya tocaron la astronomía sin fin…

Estoy como en los ríos

que a pesar de correr sumisos a su cauce,

por su mortal marino abocamiento

también están ligados

a las aguas del mar donde se acendran.

Por la ventana que al morir dejaste

abierta en la penumbra,

he podido mirar

mi aventajada muerte

persiguiendo tus huellas espaciales,

y tengo la certeza de que me estoy rodando

indeteniblemente

en el hambre del vaso universal,

igual que el humo libre que la atmósfera atrae

y no puede, aunque quiera, regresarse a su lumbre.

Estoy seguro de que cada día

mi sangre que te busca, se evapora

ganando altura transformada en nubes,

y parte de mí

ya vuela en el espacio, emparentada.

Desde tu muerte, siento que te guardo

como un lucero íntimo

que medita en la noche de mi entraña,

disuelto como el azúcar en el orbe líquido

y que, muchas veces, te denuncias asomando

tu espiritual dulzor en mi saliva amarga.

Desde que tu voz, por el silencio amortaja,

dejó de hablar para encender palomas

sobre el árbol del viento, en que cantan

con insepultos ecos

la profunda madurez

del idioma flotante de tu ausencia,

yo palpo —al escuchar—

el molde vivo que en el aire horada

tu falta de materia, que es ternura

siempre en acecho que acaricia y roba.

Yo creo que tu cósmico deleite

es atraerme a tu pasión de vuelo,

a tu girar errante,

porque ya tu misión es recoger

esta fracción de ti que aún perdura

en el fluvial ramaje de mis venas.

No puedo definir dónde te encuentras,

pero sí te adivino circundante

en un arribo de alentada fuga,

que exacerba mis ansias en un filial apego

al resplandor sin luz de tus imanes.

¡Qué plenitud vacía

te dibuja en el fondo de mis ojos

que no te ven, pero que sí me permiten

que hasta la fuente de mis sueños bajes

y quedes a su impulso vinculado!

¡Cuánto tiempo de estar solo y contigo

habitándome a solas,

como la llama al fósforo en el letargo,

o a la uva, el espíritu del vino!

Yo soy una ambulante sepultura

en que reposa tu fugitiva permanencia

que me va madurando, lentamente,

hasta que mi energía entumecida

se adiestre en vuelo que recobre estrella.

Inmerso en mi conciencia desarrollas

un pensante silencio que se atreve

a conversar sin mí.

Yo lo descubro reviviendo recuerdos en mi oído:

es como el nacimiento de sollozos

que se produce cuando el agua cae

sobre la carne viva de las brasas.

Al derribarse tu estatura en polvo

formaste la marea

del vislumbre mortal que me obsesiona,

y no hay sitio, temor, espera o duda

en donde tú, como trasfondo en alba,

no finques la silueta de tu amparo.

En mi vigilia, a oscuras,

como los ciegos sigo con el tacto

los relieves que escribes en el papel nocturno,

y los capto agitados en asedio amoroso:

amor de un muerto que jamás olvida

la sangre que ha dejado trasvasada.

Yo quisiera que la imagen que de ti conservo

se azogara la espalda,

para mirar, siquiera unos instantes,

cómo el deslinde al incolor procrea

tu claridad auténtica de ángel.

¬Elías Nandino

Photo by Pexels

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