LA ÚLTIMA ASIGNATURA DE MORRIE | Mitch Albom

En días pasados publiqué una reseña del libro: «Martes con mi Viejo Profesor» escrito por Mitch Albom.

Aquí citaré textualmente algunos fragmentos que desde mi perspectiva contienen, de manera explícita o entre lineas, una profunda enseñanza, aplicable por cualquier persona en su vida en torno a la enfermedad, el duelo, la muerte.

*

«Estando con Charlotte, su esposa, Morrie recibió el diagnóstico médico por parte del Neurólogo.

Al salir del consultorio «Por la mente de Charlotte corría un millón de pensamientos: “¿Cuánto tiempo nos queda?” “¿Cómo nos las vamos a arreglar?” “¿Cómo pagaremos los gastos?”

Mientras tanto, mi viejo profesor quedó perplejo ante la cotidiana normalidad que lo rodeaba:

“¿No debería detenerse el mundo?” “¿Es que no saben lo que me pasa?”

Pero el mundo no se detuvo y no le prestó ninguna atención;

y cuando Morrie jaló apenas la portezuela del coche sintió que caía en un pozo “¿Y ahora qué? Pensó». (p. 22)

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«Los médicos de Morrie calcularon que le quedaban dos años. Morrie sabía que menos tiempo de eso. Pero mi viejo profesor había tomado una profunda decisión, una decisión que empezó a forjar desde el día en que salió de la consulta con el médico con una espada suspendida sobre la cabeza:

“Voy a consumirme y a desaparecer, o voy a sacar el mejor provecho posible del tiempo que me queda?” No estaba dispuesto a dejarse consumir. No estaba dispuesto a avergonzarse de morir. Por el contrario, haría de la muerte su proyecto final, el centro de sus días.

[…] Morrie estaba dispuesto a atravesar ese puente definitivo entre la vida y la muerte y a narrar su viaje.» (p. 24, 25)

*

«Cuando un compañero suyo de la Universidad de Brandeis murió repentinamente de un ataque al corazón y Morrie asistió al funeral, volvió deprimido a su casa.

Qué desperdicio! —dijo— Tantas personas diciendo cosas maravillosas de él, e Irv no pudo oír nada.

Y Morrie tuvo una idea mejor. Hizo algunas llamadas. Fijó una fecha. Y una fría tarde de domingo se reunió con él en su casa un pequeño grupo de amigos y familiares para celebrar un “funeral en vida”

Todos tomaron la palabra y rindieron homenajea mi viejo profesor […] Morrie lloró y rio con ellos.

Y aquel día Morrie dijo todas esas cosas que uno siente y que nunca llega a decir a los que ama.» (p. 27)

*

«Cuando empezó todo esto, me pregunté a mi mismo:

“¿Voy a retirarme del mundo

como hace la mayoría de la gente,

o voy a vivir?”

Decidí que iba a vivir o que al menos iba a intentar vivir, tal como quiero, con dignidad, con valor, con humor, con compostura.

Algunas mañanas lloro mucho y estoy en duelo por mí mismo. Algunas mañanas estoy muy enojado y muy amargado. Pero no me dura demasiado. Después, me levanto y me digo:

“Quiero vivir…”» (p. 39)

*

«No debes temer por mi muerte. He llevado una buena vida.» (p. 54)

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«Son muchas las personas que van por ahí con una vida carente de sentido. Parece que están medio dormidos, aun cuando están ocupados haciendo cosas que les parecen importantes. Esto se debe a que persiguen cosas equivocadas.

La manera en que puedes aportar un sentido a tu vida es dedicarte a amar a los demás, dedicarte a la comunidad que te rodea y dedicarte a crear algo que te proporcione un objetivo y un sentido» (p. 62)

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«Asombroso, pensé yo. Yo trabajaba en el sector de la información. Cuando alguien se moría, yo cubría la información. Entrevistaba a los familiares afligidos. Incluso asistía a los funerales. Y no lloraba nunca.

Morrie estaba llorando por el sufrimiento de personas que estaban a medio mundo de distancia. ¿Es esto lo que llega al final? me pregunté.

Es posible que la muerte sea la gran niveladora, la única cosa grande que es capaz de conseguir, por fin, que las personas que no se conocen derramen una lágrima las unas por las otras.

Morrie se sonó la nariz ruidosamente con el pañuelo de papel.

—¿No te molesta que un hombre llore, verdad?

—Claro que no —respondí yo, con demasiada precipitación.

Él sonrió.

—Ay, Mitch, voy a lograr que te desinhibas. Un día te voy a enseñar que no importa llorar.» (p. 70)

*  

«¿Quieres que te diga lo que más estoy aprendiendo con esta enfermadad?

—¿Qué es?—

Que lo más importante de la vida es aprender a dar amor y a dejarlo entrar. Creemos que no nos merecemos el amor, creemos que si lo dejamos entrar nos volveremos demasiado blandos. Pero un hombre sabio, que se llamaba Levine, lo expresó con certeza. Dijo: “El amor es el único acto racional”.» (p. 71, 72)

*

«Pregunté a Morrie si sentía lástima de sí mismo.

—A veces, por la mañana —me dijo—. Es entonces cuando me lamento. Me palpo el cuerpo. Muevo los dedos y las manos, en la medida en que todavía puedo moverlos, y deploro lo que he perdido. Deploro el modo lento e insidioso en que me estoy muriendo. Pero, a continuación, dejo de lamentarme.

— ¿Así de fácil?

Me permito un buen llanto si lo necesito. Pero después me concentro en todas las cosas buenas que me quedan en la vida. En las personas que vienen a verme. En las anécdotas que voy a oír. En ti, si es martes. Porque somos personas de los martes.

Sonreí. Personas de los martes.

—Mitch, ésa es toda la autocompasión que me concedo. Una poca cada mañana, algunas lágrimas, y eso es todo.

Pensé en todas las personas que yo conocía que se pasaban muchas horas del día sintiendo lástima de sí mismas. ¡Qué útil sería establecer un límite diario a la autocompasión! Unos pocos minutos lacrimosos, y después a seguir adelante con la jornada. Y si Morrie era capaz de hacerlo, con la enfermedad tan horrible que padecía…

—Sólo es horrible si lo consideras así —dijo Morrie—. Es horrible ver que mi cuerpo se va consumiendo lentamente hasta quedarse en nada. Pero también es maravilloso, por todo el tiempo de que dispongo para despedirme. No todos tienen tanta suerte —añadió con una sonrisa.» (p. 77)

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«A veces no eres capaz de creerte lo que ves, tienes que creer lo que sientes. Y si quieres que los demás lleguen a confiar en ti, también tú debes sentir que puedes confiar en ellos, aunque estés a oscuras. Aunque te estés cayendo.» (p. 81)

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«Todo el mundo sabe que se va a morir, pero nadie se lo cree. Si nos lo creyéramos, haríamos las cosas de otra manera.

De modo que nos engañamos acerca de la muerte, dije yo—

Sí. Pero existe un planteamiento mejor. El de saber que te vas a morir y estar preparado en cualquier momento. Eso es mejor. Así, puedes llegar a estar verdaderamente más comprometido en tu vida mientras vives.

—¿Cómo puede uno estar preparado para morir?— dije.

Haz lo que hacen los budistas. Haz que todos los días se te pose en el hombro un pajarito que te pregunta: “¿Es este el día? ¿Estoy preparado? ¿Estoy haciendo todo lo que tengo que hacer? ¿Estoy siendo la persona que quiero ser?»». (p. 104, 105)

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«Cuando aprendes a morir, aprendes a vivir». (p. 105)

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«Pero el desapego no significa que no dejes que la vivencia penetre en ti. Al contrario: dejas que penetre en ti plenamente.

Así es como eres capaz de dejarla.

—No te sigo.

Toma el caso de cualquier emoción: el amor a una mujer, o el dolor por la pérdida de un ser querido, o lo que estoy pasando yo, el miedo y el dolor de una enfermedad mortal. Sí contienes las emociones, si no te permites a ti mismo llevarlas hasta el final, nunca podrás llegar a estar desligado; estarás demasiado ocupado con tu miedo. Tienes miedo al dolor, tienes miedo a la pérdida de un ser querido. Tienes miedo a la vulnerabilidad que trae aparejado el amor.

Pero si te sumerges en estas emociones, permitiéndote a ti mismo tirarte de cabeza a ellas, hasta el final, por encima de tu cabeza incluso, las vives de una manera plena y completa. Sabes lo que es el dolor. Sabes lo que es el amor. Sabes lo que es la pérdida de un ser querido. Y sólo entonces puedes decir: «Está bien. He vivido esa emoción. Reconozco esa emoción. Ahora necesito desligarme de esa emoción por un momento«.

[…] Abre la llave. Lávate con la emoción. No te hará daño. Sólo puede ayudarte. Si dejas entrar el miedo, si te lo pones como una camisa habitual, entonces podrás decirte a ti mismo: “Bueno, no es más que miedo, no tengo que dejar que me controle. Lo veo por lo que es”.

Lo mismo pasa con la soledad: te dejas llevar, dejas salir las lágrimas, la sientes por completo, pero al final eres capaz de decir: “Bueno, éste ha sido mi momento de soledad. No tengo miedo a sentirme solo, pero ahora voy a dejar de lado esa soledad y sé que hay otras emociones en el mundo, y voy a vivirlas también”.» (p. 128-130)

*

«Lo que me hace sentirme vivo es dar a los demás. No es mi coche ni mi casa. No es mi aspecto cuando me miro al espejo. Cuando doy mi tiempo, cuando puedo hacer sonreír a alguien que se sentía triste, me siento todo lo sano que puedo sentirme. Haz las cosas que te salen del corazón. Cuando las hagas, no estarás insatisfecho, no tendrás envidia, no desearás las cosas de otra persona. Por el contrario, lo que recibirás a cambio te abrumará» . (p. 154)

*

«Ayer me hicieron una pregunta interesante —dijo ahora. Morrie […]

—¿Qué pregunta es ésa? —le pregunté.

Si me preocupaba que me olvidasen tras mi muerte.

—¿Y bien? ¿Te preocupa?

Creo que no me preocupará. Tengo a muchas personas que se han relacionado conmigo de maneras estrechas, íntimas. Y el amor es lo que te hace seguir vivo, aun después de que te hayas ido.

—Parece la letra de una canción: «El amor es lo que te hace seguir vivo».

Morrie se rio entre dientes.

Puede ser. Pero, Mitch, ¿y todo lo que estamos hablando? ¿No oyes a veces mi voz cuando estás en tu casa? ¿Cuando estás solo? ¿En el avión, quizás? ¿En tu coche, quizás?

—Sí— reconocí.

Entonces, no me olvidarás cuando me haya ido. Piensa en mi voz, y yo estaré allí.

—Que piense en tu voz.

Y si quieres llorar un poco, está bien.» (p. 161) 

*

«No renuncies demasiado pronto, pero no te aferres demasiado tiempo.» (p. 189)

*

«Antes de morir, perdónate a ti mismo. A continuación, perdona a los demás.

[…]

—No sólo tenemos que perdonar a los demás, Mitch —susurró por fin—. También tenemos que perdonarnos a nosotros mismos.

—¿A nosotros mismos?

Sí. Todas las cosas que no hicimos. Todas las cosas que deberíamos haber hecho. No te puedes quedar atascado en el arrepentimiento por lo que debería haber pasado. Eso no te sirve de nada cuando llegas al punto donde estoy yo.

Yo deseaba siempre haber hecho más en mi trabajo; deseaba haber escrito más libros. Solía azotarme a mí mismo por ello. Ahora veo que eso no servía de nada. Debes hacer las paces. Debes hacer las paces contigo mismo y con todos los que te rodean.» (p. 193-196)

*

«He elegido un sitio para que me entierren.

—¿Dónde es?

No está lejos de aquí. En una colina, bajo un árbol, con vistas a un estanque. Muy apacible. Un buen lugar para pensar.

—¿Piensas pensar allí?

Pienso estar muerto allí.

Se ríe entre dientes. Yo me río entre dientes.

¿Me visitarás?

—¿Visitarte?

Simplemente, ven a charlar. Que sea martes. Siempre vienes los martes.

—Somos personas de los martes.

Eso es. Personas de los martes. ¿Vendrás a charlar, entonces?

Se ha debilitado mucho en poco tiempo.

Mírame —dice.

—Te estoy mirando.

¿Vendrás a mi tumba a contarme tus problemas?

—¿Mis problemas?

Sí.

—¿Y tú me darás soluciones?

Te daré lo que pueda. ¿Acaso no te lo doy siempre?

Me imagino su tumba, en la colina, con vistas a un estanque, alguna parcela pequeña de dos metros setenta donde lo depositarán, lo cubrirán de tierra, le pondrán una piedra encima. ¿Dentro de pocas semanas, quizás? ¿Acaso dentro de pocos días? Me veo allí sentado, solo, con los brazos sobre las rodillas, mirando al vacío.

—No será lo mismo, sin poderte oír hablar—le digo.

Ah, hablar…

Cierra los ojos y sonríe.

—Te diré lo que haremos:

Cuando yo esté muerto, tú hablarás. Y yo te escucharé». (p. 198, 199)

*

«Cuanto más se acercaba el final, más lo veía (el cuerpo) como una simple cáscara, como un recipiente del Alma.» (p. 201)

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«Mientras podamos amarnos los unos a los otros y recordar el sentimiento de amor que hemos tenido, podemos morirnos sin marcharnos del todo nunca. Todo el amor que has creado sigue allí. Todos los recuerdos siguen allí. Sigues viviendo en los corazones que has conmovido y que has nutrido mientras estabas aquí. […] Al morir se pone fin a una vida, no a una relación personal.» (p. 204)     

*

«No se despedirme.

Me dio palmadas débiles en la mano, manteniéndola en su pecho. Así… es como decimos… adiós…

Inspiraba y espiraba suavemente. Yo sentía el ascenso y descenso de su caja torácica. Después, me miró fijamente.

Te… quiero —dijo con voz ronca.

—Yo también te quiero Entrenador.

Sé que me quieres… sé… otra cosa…

—¿Qué otra cosa sabes?

Que siempre… me has querido…

Entrecerró los ojos y después se echó a llorar.

[…] Lo estreché durante varios minutos.» (p. 215)

*

«Morrie murió un sábado por la mañana.

Su familia más cercana estaba con él en la casa. […]

Morrie había entrado en coma dos días después de mi última visita, y el médico decía que podía irse en cualquier momento. […]

Cuando sus seres queridos habían salido un momento de la habitación para tomar un café en la cocina, Morrie dejó de respirar.

Y se fue.

Yo creo que murió así a propósito. Creo que no quería que nadie presenciara su último aliento. […]

Quería irse serenamente y así se fue.» (p. 217, 218)

*

«Ninguno podemos deshacer lo que hemos hecho ni volver a vivir una vida que ya está registrada. Pero si el profesor Morrie Schwartz me enseñó algo, fue esto: en esta vida no existe el “demasiado tarde”. Él cambió hasta el día en que se despidió. » (p. 221)

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¬Mitch Albom

Libro: Martes con mi Viejo Profesor

Editorial Océano México, 2000

Photo by Saeed Mhmdi

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