Reseña: MARTES CON MI VIEJO PROFESOR | Patricia Anaya

Es un relato autobiográfico profundo e intenso, pleno de reflexiones sobre la importancia de los valores, sobre el gozo en la vida al lograr los sueños, sobre el amor, sobre la vida, sobre el morir. El contenido es expresado con un lenguaje claro y cotidiano, invitando al lector a atreverse a ver la vida de otra manera, al descubrir el inmenso valor del tiempo así como el sentido de la enfermedad y de la muerte, para que llegado el momento de estar próximas no se experimenten con temor, con rabia o con drama; sino con el profundo agradecimiento por cada instante vivido; con el reconocimiento por lo aprendido; y con aprovechamiento del tiempo que queda aún para decir adiós a los seres a quienes se ama.

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Aquí una breve reseña:

Morrie Schwartz era un singular profesor universitario de la asignatura de Sociología.  Dentro del contenido de sus cátedras siempre se esmeró en insertar sus ideas sobre el valor de la vida y la relevancia de perseguir los grandes y más puros sueños.

Por su sabiduría y gran carisma era muy querido por todos sus alumnos, y a pesar de que ya estaba en edad de retirarse, deseaba continuar siendo laboralmente activo, para continuar compartiendo su filosofía de vida.

Su vida dio un giro inesperado cuando le diagnosticaron Esclerosis Lateral Amiotrófica, una enfermedad degenerativa que gradualmente va paralizando el cuerpo hasta llegar a inmovilizarlo por completo, lo que implica una dependencia absoluta de otros para vivir mientras llegó su hora final.

Lejos de hundirse en la depresión, Morrie decidió no lamentarse. No estaba dispuesto a avergonzarse de morir; por el contrario, estaba dispuesto a sacar todos sus recursos internos para afrontar su nueva realidad; aprender a convivir con su enfermedad, y prepararse para cruzar en paz el puente entre la vida y la muerte.

Como parte de su adaptación tuvo la idea de continuar trasmitiendo sus ideas sobre la vida y sobre la muerte; pero enfáticamente sobre lo que para él significaba vivir de manera plena y consciente, y sobre cómo cultivar los valores esenciales para ser feliz y estar en paz.

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Mitch Albom era uno de los alumnos más preciados de Morrie. Durante el curso ambos entablaron una relación cercana, una amistad plena de confianza y complicidad, que iba más allá de las aulas. Esta fue la razón por la cual, durante la graduación de fin de ciclo escolar, Mitch le prometió a su querido viejo profesor continuar en contacto con él.

Esta promesa quedó suspendida en el aire, porque Mitch se dejó llevar por la inercia de su vida profesional y laboral, a tal grado de olvidarla, hasta que un día inesperadamente vio en la televisión una entrevista que le hicieron a Morrie y se enteró de su enfermedad.

Con cierta culpa, y con grandes deseos de verlo, quizá por última vez, decidió concertar una cita con Morrie, quien sin resentimiento alguno por el distanciamiento de dieciséis años, lo recibió con profunda alegría. Ese día mantuvieron una larga y enriquecedora charla como antaño la tenían, como si el tiempo no hubiese pasado.

Mitch nunca imaginó que esta “última visita” se convertiría en el inicio de la última asignatura que Morrie había decidido impartir antes de que su enfermedad o su muerte se lo impidieran, misma que según los médicos sería en un plazo máximo de dos años.

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En un contexto de afecto y de franca y profunda comunicación, a veces sin mediar palabra, cada martes de manera ritual, sagrada, mágica, se llevaba a cabo un encuentro para intercambiar reflexiones sobre los valores esenciales, la visión del mundo, el miedo, la familia, el perdón, la vejez, el dinero, el amor y la muerte, entre otros.

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Durante los meses que Mitch tuvo oportunidad de reunirse con Morrie logró reencontrarse con aquél joven soñador y entusiasta que él era cuando estaba por salir de la Universidad y anhelaba ofrecer su talento para la realización de proyectos exitosos que más que generarle dinero, alimentaran su Espíritu al contribuir con el bien de los demás.

También se dio cuenta de que su familia había quedado relegada por no dedicarle el tiempo que merecía y le volvió a dar una alta prioridad en su vida. Asimismo, empezó a agendar citas para encontrarse con sus amigos que no veía desde mucho tiempo antes.

Y en su día a día apreció cada vez más los pequeños momentos de felicidad que la vida regala, por ejemplo: al pasear un día soleado en el parque, a ver la lluvia caer, a escuchar música.

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Pese a la gran satisfacción que albergaba en su corazón los avances que iba logrando en esta asignatura sobre el sentido de la vida, Mitch también iba observando con gran tristeza cómo avanzaba sin pausa, el deterioro físico de su profesor y gran amigo; aunque afortunadamente nunca vio que su Alma ni su mente se vieran presas de la enfermedad. Por el contrario, sus ideas eran expresadas de manera muy clara y contundente, y estaban plenas de sabiduría y de una sensibilidad profunda; como no podía ser menos proviniendo de un ser tan excepcional como lo era Morrie.

En esta última asignatura que el viejo profesor impartió a su apreciado alumno Mitch sobre el Sentido de la Vida no hubo examen final, y en vez de graduación se celebró el funeral de Morrie.

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En la ceremonia fúnebre, Rob, el hijo de Morrie leyó un fragmento de un poema de E. E. Cummings:

«Mi padre estaba presente a través de nosotros,

cantando cada nueva hoja de cada árbol

(y todos los niños estaban seguros de que la primavera bailaba,

al oír a mi padre cantar.»

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Grandes enseñanzas del viejo profesor Morrie fueron escritas por Mitch en este libro. Algunas de ellas me impactaron por su profunda sabiduría y porque son aplicables por cualquiera persona en los momentos en que se encuentre viviendo en torno a la muerte, sea la suya o la de un ser amado. Para no alterar el contenido con mi interpretación sobre tales enseñanzas, decidí plasmarlas textualmente en la publicación: «La última asignatura de Morrie  |  Mitch Albom»

¬Mitch Albom

Libro: Martes con mi viejo profesor

Photo by Amilcar Vanden /Unsplash

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