
A Ti, a Quien no conozco ni puedo conocer —ni en mi interior ni fuera de mí— y a Quien estoy unido por el amor, el temor y la fe —al Único en todas sus representaciones— dirijo esta Plegaria:
Guíame hacia lo mejor de mí mismo. Ayúdame a convertirme en alguien en quién confíen los seres vivientes, criaturas y plantas, así como el aire, el agua, la tierra y la luz que los sustentan. Mantenme como alguien que respeta el misterio y el carácter de cada variedad de vida en toda su unicidad y solidez, ambas esenciales para la supervivencia de cualquier vida.
Ayúdame a preservar mi capacidad para maravillarme, extasiarme y descubrir. Permite despertar en mí el sentido de la belleza en cualquier lugar, y a contribuir con y para otros y para conmigo mismo en el conjunto de la belleza que observamos, oímos, olemos, probamos o tocamos o que de algún modo concebimos a través de la mente y el Espíritu. Ayúdame a no perder nunca el vivificante ejercicio de proteger a todo aquél que respire, pase hambre, tenga sed; a todo aquél que sufra.
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Ayúdame a permanecer acorde con los valores relativos, a equilibrar pacientemente el paso del tiempo con la rica cosecha de fidelidades, experiencia, éxito, ayuda e inspiración.
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Ayúdame a ser un buen guardián del cuerpo que Tú me has dado. Que esta vida confiada a “mi” temporal resguardo, vuelva al círculo terrenal en la mejor condición posible para que la vida continúe. Así pues, Tu deseo se hará.
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Que aquellos que me sobrevivan no lloren mi muerte sino que continúen siendo igual de serviciales, amables y sabios con los demás, igual que fueron conmigo.
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Aunque me encantaría vivir muchos años disfrutando de los frutos de mi afortunada y rica vida, con mi preciada mujer, familia, música, amigos, literatura y numerosos proyectos, en este mundo de culturas y gentes tan diversas he recibido ya la bendición, afecto y protección suficiente para satisfacer miles de vidas.
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Y, finalmente, mientras te suplico que me protejas de la ira y la condena, la mía de los demás y la de los demás de mí, ilumínalos a ellos y a mí y ayúdanos a perdonarnos el uno al otro.
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También con aquellos enemigos que posiblemente tenga, ayúdame a distinguir entre los reconciliables y los irreconciliables, dame ánimos para buscar por todos los medios el entendimiento con los primeros, y hacer a los segundos ineficaces y a aprender de los dos.
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Dame la inspiración que has dado a la humanidad y anímame a reverenciar y a seguir estos ejemplos vivos que consagran tu Espíritu; el Espíritu que hay en el interior y fuera de cada uno de nosotros; el Espíritu de Aquél y de Aquellos; la iluminación de Cristo, de Buda, de Lao-Tsu y de los profetas, sabios, filósofos, poetas, escritores, pintores, escultores, todos los creadores y artistas, y toda la gente desinteresada, los santos y las madres, conocidos y desconocidos, los exaltados y los humildes hombres, mujeres, niños de todos los tiempos y lugares cuyo Espíritu y ejemplo permanecen con nosotros y dentro de nosotros para siempre.
¬Yehudi Menuhin
* Texto Original en: “Unfinished Journey” (Viaje Inacabado)
encontrado entre los documentos de sus últimas voluntades.
Traducción: Andrea Rodís y Catalina Rivada
Photo by Xevi Casanovas /Unsplash
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